Nacida en Tarazona (Zaragoza) el 30 de diciembre de 1877, en el hogar formado por Gabino Martínez y Luisa García, siendo la menor de once hermanos; de los cuales ocho murieron de corta edad. Su nombre de bautismo fue Jacoba Martínez García. Los tres hermanos que supervivieron se consagraron al Señor: Julián como sacerdote y Severiana que le precedió en el Carmelo de San José de Guadalajara.
De carácter alegre y sociable, era apreciada de todos, lo que hacía decir a su padre: “No sé lo que tiene esta hija que por todas partes la oigo nombrar”. “Claro – replicaba ella -, como no hay otra Jacoba en el pueblo, por poco que me nombren llama la atención. Si me hubieran puesto María… no sabrían cuando me llaman a mí”. “No hija –decía él- es que tú, te metes en todas partes”.
Cuando contaba 15 años, vio como su hermana entraba carmelita descalza, cambiando su nombre por el de María Araceli del Santísimo Sacramento. Muy lejos estaba ella de seguir su ejemplo: Si le preguntaban si quería ser monja, contestaba con un rotundo “NO”.
Su madre le insinuaba: “contesta hija: “lo que Dios quiera””.
“ Madre, ¿cómo voy a decir “lo que Dios quiera” si yo no quiero ser monja?”
“¿Y si Dios quiere que lo seas?”
“Si yo no quiero ser, ¿cómo lo va a querer Dios? Vaya, madre, que yo no quiero ser monja”.
Pero su madre callaba y olvidada de sí, pedía a Dios para su benjamina la gracia de la vocación religiosa.
En junio de 1894 profesó su hermana Severiana; asistían todos. Fue entonces cuando Jacoba, comenzó a hacer serias reflexiones y a oír la voz de Dios.
Pasó algún tiempo, maduró la gracia en su corazón y… comunicó a sus padres y hermano su determinación de consagrarse al Señor en el mismo convento que su hermana. Pero la que antes “no quería ser monja” hubo de esperar cuatro años para poder realizar su gran anhelo por no haber plaza vacante.
Por fin el 12 de octubre de 1898, a los veinte años entraba en el palomar de la Virgen, tomando el nombre de Jacoba María Pilar de San Francisco de Borja.
Profesó el 15 de octubre de 1899, viviendo su entrega con gran fidelidad, volando siempre más alto, hasta dar como dice San Juan de la Cruz “ a la caza alcance”.
Bordaba primorosamente. En el oficio de sacristana, volcaba su amor a Dios en preciosos encajes, que no ahorrando sacrificios, ha dejado para adorno de la iglesia y ejemplo de laboriosidad. “Esto para El Vivo” como ella llamaba al Santísimo Sacramento, con su corazón enamorado.
Destacó mucho por su gran recogimiento en la celda, para gozar en silencio de su trato asiduo y amoroso con Dios. Con frecuencia decía: “Si cien veces naciera, otras tantas sería carmelita descalza y siempre en este convento de San José de Guadalajara.